
Misión Imposible: Sentencia Final no se siente como una película más dentro de la franquicia. Se vive como el eco de una historia que ha estado construyéndose a lo largo de casi tres décadas. Cada escena carga con el peso del tiempo, de las decisiones que marcaron un antes y un después, de las misiones que no solo cambiaron al mundo ficticio que nos presenta la saga, sino también a nosotros como espectadores.
Antes de continuar con esta reseña, quisiera agradecer a Paramount México por la invitación al equipo de Frames a la función de medios que se suscitó en el Auditorio Nacional con la presencia de Tom Cruise y el director Christopher McQuarrie. Ambos entregaron el alma en su presentación. Y es justo en momentos como ese cuando comprendes quiénes son los verdaderos actores: los que no olvidan que están ahí por y para su público.
Desde el primer instante, se percibe una atmósfera distinta. Hay urgencia, sí, pero también hay memoria. No es solo una carrera contrarreloj, es una carrera contra el olvido. La cinta no busca ser una explosión más de acción —aunque la tiene, y de sobra—, sino un tributo a cada paso que Ethan Hunt ha dado desde aquella primera entrega en 1996. En cada mirada, en cada diálogo, en cada nombre que reaparece, hay un guiño para quienes hemos seguido su camino desde el inicio. Y es ahí donde golpea más fuerte: en la emoción contenida, en la nostalgia que se va colando entre cada explosión y cada persecución.
Lo que hace grande a Sentencia Final no es solo su despliegue técnico —que como siempre, raya en lo imposible—, sino su capacidad para entrelazar todos los hilos que parecían sueltos. Es como si la película tomara un mapa viejo, manchado y gastado por el tiempo, y comenzara a trazar líneas entre puntos que creímos inconexos. Personajes del pasado que pensábamos perdidos regresan con una fuerza inesperada, no solo para alimentar la trama, sino para recordarnos que todo, absolutamente todo, ha tenido una razón de ser. No hay detalle en vano, no hay misión olvidada. Todo vuelve. Todo duele. Todo importa.
Tom Cruise, como Ethan Hunt, ya no es solo el agente imparable que desafía la lógica. Ahora es un hombre marcado por sus errores, por los sacrificios que ha cargado en silencio, por las personas que ha perdido en el camino. Su mirada no solo transmite determinación, transmite melancolía. Transmite la carga de haberlo dado todo, una y otra vez, a cambio de casi nada. Y es en esos momentos de calma, entre una explosión y otra, donde el corazón de esta historia se deja ver. Donde la película deja de ser un espectáculo para convertirse en una despedida.
Hay escenas que duelen no por lo que muestran, sino por lo que significan. Hay silencios que pesan más que cualquier diálogo. Hay reencuentros que se sienten como abrazos largamente esperados. Porque esta no es solo la historia de Ethan Hunt. Es también la nuestra. Es la historia de quienes crecimos viendo cómo ese hombre corría por techos imposibles, colgaba de aviones, o descendía en rappel desde techos de cristal. Pero también es la historia de cómo fuimos cambiando con él, de cómo cada entrega llegó en un momento distinto de nuestras vidas. Y ahora, con Sentencia Final, sentimos que algo dentro de nosotros también se prepara para cerrar una etapa.
Misión Imposible: Sentencia Final no es el final definitivo. Pero se siente como el último capítulo de una historia escrita con sangre, sudor y memorias. Es un homenaje a todo lo que fue, a todo lo que dolió, y a todo lo que aún sigue vivo en nosotros. Porque hay sagas que trascienden el tiempo, y personajes que, por mucho que se vayan, nunca terminan de irse del todo. Y Ethan Hunt es uno de ellos.
Cuando las luces se encienden y los créditos comienzan a rodar, no solo termina una película. Termina un viaje. Uno que comenzó hace casi treinta años, y que hoy, por fin, encuentra su eco más profundo: en la nostalgia, en el corazón y en el recuerdo.
No quiero dejar pasar que, en mi recorrido de regreso a casa, no pude evitar pensar en lo rápido que pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando vi por primera vez a Tom Cruise colgarse del techo, esquivando sensores para extraer archivos de una vieja computadora. Esa imagen se quedó conmigo desde entonces… y hoy, después de tantos años, me doy cuenta de que no solo fue una película: fue el inicio de un viaje que ahora comienza a despedirse.
Vívela en cinépolis