
Cuando empecé Elden Ring por primera vez —la entrega original— sentí que había entrado a un mundo que no estaba hecho para mí. Era un universo imponente, brutal, donde cada paso podía ser el último y donde la lógica tradicional de los videojuegos simplemente no aplicaba. Me costó entenderle, me frustré, y más de una vez pensé en dejarlo. Pero había algo en esa crudeza, en ese diseño que te empuja a observar, a adaptarte, a aprender por las malas… que terminó por atraparme.
Recuerdo claramente mi primer encuentro con el Tree Sentinel. Había salido apenas de la cueva del tutorial y ahí estaba: majestuoso, dorado, montado a caballo. Me lancé sin pensarlo, con la ingenuidad de quien no ha vivido todavía el rigor de un Soulslike. Me mató en menos de diez segundos. Lo intenté de nuevo. Y otra vez. Y otra. Durante días, cada vez que encendía la consola, él seguía ahí. No avanzaba, pero tampoco me rendía. Hasta que un día, sin saber exactamente cómo, lo vencí. Y ese momento fue… mágico. Me sentí como si de verdad hubiera conquistado algo más grande que un jefe. Sentí que estaba cambiando yo también, como jugador.
Elden Ring fue para mí una especie de escuela emocional. No solo por los retos, sino por lo que representaba moverse por ese mundo: cabalgar por Liurnia mientras caía la lluvia, ver el reflejo de las estrellas en las aguas de Nokron, encontrar una cabaña olvidada con un ítem que contaba la historia de un guerrero caído… Cada rincón tenía una cicatriz, y descubrirla requería paciencia, intuición y, sobre todo, curiosidad. Era el tipo de juego que no te tomaba de la mano, pero te recompensaba si estabas dispuesto a perderte un rato.
Entonces llegó Nightreign, la nueva entrega derivada de FromSoftware. Y apenas lo arranqué, algo se encendió en mí. Esa sensación de estar completamente perdido volvió, pero esta vez fue distinta. No llegué como un extraño: llegué como alguien que ya había sobrevivido a las Tierras Intermedias. Un veterano. Con cicatrices, sí, pero también con memoria.
Nightreign no es un simple spin-off. Es una reinterpretación. Las reglas han cambiado: es más rápido, más agresivo, más social. Las partidas duran poco, pero lo que pasa en ellas se queda contigo. No hay espacio para dudar. No puedes darte el lujo de estudiar al enemigo como antes; tienes que actuar, confiar en tus compañeros, adaptarte sobre la marcha. Y eso, lejos de alejarme, me volvió a enamorar.
Porque aunque el ritmo haya cambiado, la esencia sigue ahí: la tensión antes de entrar en una zona desconocida, la necesidad de medir cada paso, el miedo —pero también la emoción— de no saber qué vendrá después. Y, sobre todo, esa sensación indescriptible de superar algo que parecía imposible.
En cierto modo, jugar Nightreign es como mirar atrás y ver cuánto has crecido. Es recordar las veces que estuviste al borde del abandono y seguir aquí, más fuerte, más sabio, y, paradójicamente, más dispuesto a volver a caer. Porque si algo he aprendido con esta saga, es que cada caída es una oportunidad de entender mejor no solo el juego… sino también a uno mismo.
Vamos a revisarlo por partes, pero antes de comenzar agradezco a mis amigos de Bandai Namco LATAM, por hacer llegar a la redacción de Frames una copia de Elden Ring Nightreign y de esta forma poder traerles esta reseña.


Comenzamos
Elden Ring: Nightreign no necesita gritarte que el mundo está roto. Te lo susurra con cada rincón de su mapa, con cada sombra que se mueve entre la niebla, con el sonido lejano de una batalla que ya nadie está ganando. Desde el primer segundo, sabes que llegaste tarde. Que lo que alguna vez tuvo esperanza se desmoronó hace mucho. Y ahora, lo único que queda es sobrevivir.
El juego inicia sin grandes explicaciones. Sin largas cinemáticas ni promesas vacías. Solo tú, un Nightfarer, despertando en un territorio maldito llamado Limveld, un lugar donde el manto de la noche cayó para no levantarse jamás. Todo parece muerto… pero nada está quieto. Las ruinas que se arrastran sobre sí mismas, los árboles secos que aún sangran, y las figuras que aparecen solo cuando crees estar a salvo. No hay música triunfal, no hay espada legendaria esperándote. Hay miedo, y hay urgencia. Una cuenta regresiva silenciosa que te obliga a moverte. A actuar. A adaptarte.
Y entonces llega el primer golpe: no del enemigo, sino de la atmósfera. Porque para quienes jugamos Elden Ring desde la entrega original, hay algo dolorosamente familiar en este mundo. Algunos paisajes se sienten como fantasmas de lugares que una vez exploramos. Como si el juego te recordara que ya estuviste aquí… pero en otro tiempo. Cuando la gracia aún brillaba. Cuando cabalgabas por Liurnia o las Llanuras Altus creyendo que todo tenía sentido. Nightreign te enfrenta a ese recuerdo y lo tuerce. Ya no eres un aventurero. Eres un sobreviviente. Y este mundo no quiere que lo salves. Solo quiere ver cuánto duras.
El diseño de esta introducción es brillante en su crudeza. No hay HUD invasivo ni diálogos que te digan qué hacer. Solo detalles: una espada rota clavada en una lápida, un fuego que nunca se apaga, una inscripción en un muro que menciona el inicio de la «Última Noche». Cada elemento es un fragmento de una historia que, si quieres conocer, tendrás que reconstruir tú mismo. Como siempre.
Pero esta vez, todo sucede más rápido. El peligro no espera. El sistema de juego ha cambiado y el mundo también. Las sesiones se sienten más urgentes, más brutales. Y eso también lo sientes desde la primera partida. Como si el juego mismo supiera que ya no somos los mismos que explorábamos con cautela las Tierras Intermedias. Ahora tenemos cicatrices. Y el juego se atreve a exigirnos más.
Nightreign no busca asombrarte de inmediato. Busca quebrarte. En silencio. Con la misma precisión cruel que FromSoftware ha perfeccionado durante años. Pero también, como en toda gran tragedia, hay belleza. Porque entre la oscuridad, entre la desesperanza, sigue viva esa chispa: la que nos impulsa a seguir avanzando. A aprender, a morir, a intentarlo una vez más.
Esa es la bienvenida que te da Nightreign. Y si vienes de antes, si ya sufriste y creciste con esta saga, entonces sabes exactamente qué significa: que la noche apenas comienza.
Historia
La historia nos pone en los zapatos de los Nightfarers, guerreros desterrados y marcados por la desgracia, que deben enfrentarse a esta noche sin fin y a las amenazas que acechan en cada esquina. A diferencia del viaje del Sinluz en el Elden Ring original, donde la búsqueda era la restauración de la gracia y el ascenso hacia la luz, aquí el objetivo es simplemente resistir, sobrevivir, y quizás encontrar una forma de romper el ciclo de la oscuridad.
Entre ruinas olvidadas, registros fragmentados y susurros de antiguos personajes, se revela una historia de decadencia y pérdida. La sombra de viejos dioses y señores caídos sigue presente, pero ahora no como figuras heroicas, sino como advertencias de lo que sucede cuando la esperanza se desvanece.
Lo que más impacta de esta historia es cómo se conecta con el sentimiento de haber vivido ya algo parecido. Para quienes jugamos el Elden Ring original, la trama de Nightreign no solo es una continuación, sino también un reflejo de nuestro propio camino como jugadores: aquella dificultad que parecía insalvable, la paciencia que tuvimos que desarrollar y la satisfacción de cada pequeño triunfo. La historia nos hace sentir que no estamos empezando de cero, sino que somos parte de un ciclo eterno en el que las sombras y la luz luchan sin descanso.
Esta narrativa, aunque menos explícita, esconde su poder en el misterio, en la atmósfera opresiva y en la constante sensación de que el tiempo se acaba. Nos invita a ser observadores atentos, a conectar las piezas por nosotros mismos y a entender que en este universo no hay finales felices garantizados, solo nuevas noches que enfrentar.


Jugabilidad
Elden Ring: Nightreign da un giro refrescante y atrevido a la fórmula clásica de FromSoftware al apostar por un enfoque cooperativo que cambia por completo la dinámica del juego. Si en la entrega original te encontrabas solo frente a un mundo abierto implacable y gigantescos jefes que parecían insalvables, aquí la experiencia se vive en conjunto: no se trata solo de tu habilidad individual, sino de la coordinación, la comunicación y la estrategia entre los Nightfarers.
El juego está diseñado para partidas rápidas, intensas y llenas de tensión. No hay espacio para la improvisación extrema ni para avanzar a paso lento como en Elden Ring tradicional. Cada zona, cada enfrentamiento, se siente como un reto dinámico donde la supervivencia depende de tu equipo. Esto no solo le da un ritmo mucho más acelerado, sino que genera un sentimiento constante de urgencia que mantiene los nervios a flor de piel.
Uno de los aspectos que más me impactó, viniendo de la experiencia solitaria del título original, fue aprender a confiar y a complementarme con otros jugadores. Saber cuándo atacar, cuándo cubrir a un compañero, cuándo retirarse y reagruparse: esas decisiones son las que marcan la diferencia. Además, el loot aleatorio y las clases personalizables invitan a experimentar y a encontrar sinergias que no solo potencian el combate, sino que también fomentan la colaboración.
La mecánica de reducción progresiva del mapa —esa tormenta que reduce el área jugable— añade una capa estratégica que obliga a los equipos a moverse y adaptarse constantemente. No basta con dominar a un enemigo o un jefe; también debes controlar el espacio y administrar los recursos. Esto intensifica la emoción de cada partida, haciendo que cada victoria se sienta ganada a pulso y en equipo.
Para mí, la jugabilidad cooperativa de Nightreign representa una evolución natural. Es como volver a encontrarte con un viejo amigo y descubrir que ahora juegas un partido en equipo, en lugar de un duelo a muerte. Mantiene la dificultad y el espíritu desafiante de la saga, pero añade la calidez y la tensión especial de compartir la experiencia con otros.
Si bien extrañé la exploración pausada y el mundo abierto de la entrega original, esta fórmula me ha hecho valorar otro tipo de satisfacción: la de sincronizar movimientos, aprender de errores juntos y celebrar cada pequeña victoria en comunidad.
Gráficos
Desde lo visual, Elden Ring: Nightreign sigue la línea estética que los fans de la saga conocen y aman: un mundo oscuro, sombrío, pero lleno de detalles que hacen que cada escenario cuente una historia por sí mismo. Las texturas, los efectos de luz y la ambientación están muy cuidados, logrando esa atmósfera opresiva y melancólica que se siente casi tangible. Los entornos de Limveld —con sus ruinas corroídas, cielos tormentosos y bosques marchitos— consiguen sumergirte en esa noche interminable de manera impecable.
Sin embargo, no todo es perfecto. Aunque el diseño artístico es sobresaliente, el apartado técnico me dejó un poco con ganas de más en ciertos momentos. En especial, noté que algunos efectos de partículas —como la niebla— a veces aparecen con menor calidad o con caídas de rendimiento en zonas muy cargadas de acción. Eso rompe un poco la inmersión, sobre todo cuando esperas que todo fluya tan fluido como en el original.
Recuerdo una partida en particular donde estábamos enfrentando a un jefe dentro de una antigua fortaleza derruida, rodeados por una tormenta. Justo cuando la batalla alcanzaba su clímax, el juego empezó a ralentizarse, y algunas animaciones parecían entrecortadas. La tensión y el ritmo se vieron afectados, y aunque logramos ganar, sentí que la experiencia perdió parte de su impacto visual y emocional.
Aun así, estos detalles técnicos no opacan el gran trabajo artístico ni la atmósfera única que Nightreign consigue transmitir. El estilo visual sigue siendo uno de sus puntos más fuertes, manteniendo ese equilibrio entre la belleza gótica y la crudeza del mundo que habita. Para un fan veterano como yo, es un recordatorio constante de lo que esta saga puede lograr cuando se combina arte y oscuridad.
Dificultad
Elden Ring: Nightreign no se anda con juegos cuando se trata de poner a prueba tus habilidades y, sobre todo, la coordinación con tu equipo. Si alguna vez pensaste que la dificultad de la entrega original era un reto, prepárate para descubrir que aquí la exigencia va mucho más allá, pero no solo a nivel individual, sino en cómo cada jugador se conecta y colabora.
Este juego castiga sin piedad la falta de comunicación y la improvisación desorganizada. No basta con ser bueno peleando por tu cuenta; si tu equipo no funciona como una unidad bien aceitada, las partidas pueden volverse frustrantes y abrumadoras. Un jugador que va por libre, que no cubre a sus compañeros o que no sabe cuándo retroceder, puede desequilibrar la balanza y condenar a todos a una derrota segura.
Por eso, recomiendo enfáticamente jugar Nightreign con tu equipo y ademas se comuniquen en tiempo real. Jugar con gente random puede ser una experiencia muy difícil, llena de malentendidos, descoordinación y frustración. La diferencia entre avanzar y repetir una y otra vez suele estar en esa sincronía que solo un grupo organizado puede lograr.
Recuerdo una partida donde nuestro equipo, recién formado y sin mucha coordinación, se enfrentó a un jefe brutal en un terreno cerrado. La falta de sincronía nos llevó a cometer errores consecutivos: algunos atacaban sin apoyo, otros se quedaban fuera de posición, y la comunicación era casi nula. El resultado fue una derrota tras otra, donde cada intento terminaba en caos y frustración.
Pero cuando el equipo se entiende, se escucha, y cada uno sabe qué hacer en el momento justo, la dificultad se transforma en un desafío apasionante. Es en esos momentos cuando sientes que estás jugando algo especial: un juego que te empuja a mejorar no solo como jugador individual, sino como parte de un colectivo. El aprendizaje aquí es doble: dominar tu personaje y aprender a coordinarte con otros en tiempo real.
La sensación de que cualquier error puede ser fatal, junto con la presión constante de la tormenta y el reloj implacable, hacen que Nightreign se sienta tan desafiante como satisfactorio. No es un juego que puedas dominar en solitario ni a la ligera; es una prueba para equipos que estén dispuestos a trabajar juntos, adaptarse y crecer con cada caída.


Lo positivo
A pesar de los desafíos y cambios que trae Elden Ring: Nightreign, hay muchas cosas que brillan y que hacen que valga la pena cada minuto invertido. Primero, el juego logra mantener esa atmósfera oscura y envolvente que tanto amamos de la saga, combinando la sensación de peligro constante con una belleza visual impresionante. Esa mezcla única entre misterio, desesperación y belleza nunca deja de fascinar.
El enfoque cooperativo es, sin duda, uno de los aciertos más grandes. Al apostar por partidas rápidas y por la colaboración entre jugadores, Nightreign logra crear momentos intensos y memorables, donde la adrenalina se mezcla con la satisfacción de vencer un reto junto a otros. Esa sensación de “logramos esto juntos” es muy distinta a la experiencia solitaria del título original, y me parece una evolución fresca y necesaria.
Otro punto positivo es la variedad de clases y estilos de juego, que permite que cada jugador encuentre su rol y aporte al equipo. Desde guerreros cuerpo a cuerpo hasta magos o personajes de soporte, la diversidad abre la puerta a estrategias muy distintas y a la personalización, lo que invita a seguir experimentando.
El sistema de progresión y recompensas también está bien pensado para mantener la motivación. Cada pequeño avance, cada arma o habilidad nueva, se siente merecido y valioso, y ayuda a que la curva de aprendizaje sea más llevadera, sobre todo cuando se juega en grupo.
Finalmente, me gusta cómo el juego honra el legado de Elden Ring sin repetirlo. No intenta ser un calco, sino que toma lo mejor de la fórmula y lo reinventa para una experiencia distinta, manteniendo esa esencia desafiante y oscura que es la marca registrada de FromSoftware.
Para alguien que, como yo, ha recorrido el camino desde la entrega original, Nightreign es una invitación a redescubrir el universo desde una perspectiva diferente, más social y acelerada, pero igual de apasionante.
Lo negativo
Aunque Elden Ring: Nightreign ofrece muchos puntos fuertes, también presenta ciertas áreas que pueden resultar frustrantes o limitantes, especialmente para quienes valoran la esencia más profunda y solitaria de la saga original.
Uno de los principales inconvenientes es que, al estar tan centrado en la cooperación y el trabajo en equipo, puede dejar fuera a quienes prefieren jugar de manera independiente. La necesidad de contar con un grupo sincronizado y conectado puede convertirse en un desafío, sobre todo para aquellos que no disponen de un equipo fijo o cuando la comunidad con la que se juega es irregular o poco activa. Esto restringe la libertad y la espontaneidad que algunos jugadores buscan.
En cuanto al ritmo de juego, aunque la acción acelerada y frenética aporta adrenalina, en ciertas ocasiones puede resultar excesiva y restar ese tiempo de pausa y reflexión que caracterizaba a la entrega original. Este cambio puede desconcertar a quienes disfrutaban de la exploración calmada y la planificación táctica detallada.
Desde el punto de vista técnico, hay momentos donde los efectos visuales pierden calidad o el rendimiento se resiente, especialmente en escenas con mucha actividad o durante combates intensos. Estos bajones afectan la inmersión y pueden generar molestias justo en momentos cruciales.
Por último, la historia, aunque mantiene la atmósfera característica, es más críptica y menos desarrollada que en la versión anterior, lo que podría dejar insatisfechos a quienes buscan un relato más profundo y envolvente. Este enfoque minimalista puede hacer que la conexión emocional con la trama sea menos intensa para algunos jugadores.
Conclusión
Elden Ring: Nightreign es más que una expansión o un simple spin-off; es una invitación a redescubrir un universo que marcó una época, esta vez desde la fuerza del equipo y la colaboración. Para quienes hemos recorrido las Tierras Intermedias en soledad, este cambio puede sentirse extraño al principio, incluso desafiante. Pero al mismo tiempo, trae consigo una nueva forma de vivir esa oscuridad y belleza que solo FromSoftware sabe crear.
Aunque no es perfecto y tiene sus sombras —desde la exigencia de jugar en equipo hasta algunos tropiezos técnicos—, la esencia sigue ahí, vibrante y poderosa. Es un recordatorio de que en este mundo cruel, a veces la supervivencia depende no solo de la habilidad individual, sino de la confianza y la sincronía con otros.
Para mí, Nightreign se convirtió en esa experiencia que me hizo valorar no solo la dificultad, sino el compañerismo, el apoyo mutuo y la alegría de compartir cada logro, por pequeño que sea. En un mundo donde la oscuridad puede ser abrumadora, encontrar luz en el esfuerzo conjunto es un bálsamo que hace que cada caída y cada victoria valgan la pena.
Si estás dispuesto a enfrentar este reto con otros y a abrirte a una manera distinta de jugar, Elden Ring: Nightreign te espera con sus noches eternas, sus batallas intensas y su alma intacta.

RANK 4/5
Entre las sombras de Nightreign, el Verdugo se convirtió en mi refugio y mi fuerza —un símbolo de justicia implacable en un mundo donde solo los más fuertes sobreviven.