Gaming Reviews | Days Gone Remastered

9 de mayo, 2025
A veces, hay juegos que llegan con toda la fanfarria: millones en marketing, portadas por todos lados, reseñas perfectas desde el primer minuto. Pero hay otros que llegan más callados, con menos ruido, pero con mucho por decir. Así fue Days Gone.
Cuando salió en 2019, muchos no lo entendieron. Lo compararon con otro juego del mismo estilo (sí, ese que estás pensando) y lo juzgaron rápido. Dijeron que era más de lo mismo, que no aportaba nada nuevo. Pero Days Gone tenía alma. Tenía dolor, tenía rabia, tenía amor. Era un juego sobre sobrevivir… pero también sobre no rendirse.
Deacon St. John no era un superhéroe. Era un tipo normal, con cicatrices y una moto. Y ese mundo, aunque hostil, tenía una belleza triste. Había persecuciones brutales, hordas salvajes, y momentos de silencio que te pegaban fuerte.
Con sus errores, claro. Bugs al inicio, mundo algo vacío en algunos tramos, decisiones que no gustaron a todos. Pero muchos lo descubrieron tarde, ya en PC, o cuando bajó de precio. Y ahí dijeron: “Oye, esto estaba muy bueno”.
Y ahora, por fin, el juego recibe lo que siempre mereció: una segunda oportunidad con su remasterización ya disponible. Mejores gráficos, rendimiento pulido, una nueva generación que puede vivir la historia como se debía desde el principio.
Ya no es solo un juego que “pudo ser”. Ahora es uno que volvió. Que se ganó su respeto con el tiempo. Y que, como Deacon, sigue en pie. Con la moto lista. Con más fuerza que nunca.
Antes de continuar, quisiera agradecer a PlayStation Latam quienes nos proporcionaron al equipo de Frames una copia del juego para Steam, lo que me permite traerles esta reseña.


Comenzamos
Regresar a Days Gone en su versión remasterizada para PlayStation 5 es como reencontrarte con ese videojuego que, aunque ignorado por muchos en su momento, tú sabías que tenía algo especial. Es ese título que tal vez no fue el favorito de la crítica, que no rompió internet con sus tráilers ni ganó todos los premios, pero que se quedó contigo por cómo te hizo sentir, por lo que contaba y por cómo lo contaba. Porque Days Gone no busca agradar a todos. No es un blockbuster complaciente, es un juego de autor, con fallas, sí, pero con una identidad clara, y eso —en esta industria de clones y fórmulas recicladas— ya es muchísimo.
La versión remasterizada llega como un acto de justicia tardía. Es el parche emocional y técnico que necesitaba. Ya no hay excusas de rendimiento, ni tiempos de carga eternos, ni caídas de fps cuando se te viene encima una horda que parece un tsunami de carne. Ahora el juego se mueve con soltura, respira mejor, se ve como debió verse desde el inicio. Pero más allá de los upgrades técnicos, lo que realmente vale la pena es volver a conectar con su alma: ese viaje polvoriento, triste y violento donde la única constante es la necesidad de seguir adelante.
Este juego no es sobre salvar el mundo. Es sobre sobrevivir en uno que ya fue. Es sobre perderlo todo y seguir, aunque no sepas por qué. Y eso, para quienes venimos de una generación de héroes perfectos, se siente diferente. Se siente humano. Si Days Gone fue alguna vez un diamante en bruto, hoy brilla un poco más. No porque lo hayan pulido por completo, sino porque ahora, al menos, lo puedes ver sin todo el polvo encima.
Historia
La historia de Days Gone no es una historia de héroes y villanos, ni de salvar el mundo del mal absoluto. Es una historia de supervivencia, de luchar por algo en un mundo que ya no tiene mucho que ofrecer. Aquí, la tragedia no viene con una gran explosión ni una invasión alienígena: viene con la pérdida, con los recuerdos de lo que una vez fue y con la constante sensación de que, a pesar de todo, no puedes rendirte. Y es que, en este mundo devastado por los freakers, no importa cuántas veces pierdas, cuántos seres queridos se te escapen, siempre queda algo. Quizá no sea esperanza, quizá sea algo más primitivo: la necesidad de seguir respirando.
Deacon St. John, el protagonista, es un hombre roto, pero no de esos rotos que buscan redención por medio de batallas épicas y decisiones grandiosas. No, él es un tipo que simplemente está buscando sobrevivir. Y esa es la belleza de su historia. No hay glamour en lo que hace, ni en lo que enfrenta. Hay dolor, hay frustración, y hay una lucha constante con la culpa de no haber podido salvar a su esposa Sarah, la cual, por mucho que él lo intente, sigue siendo su motor. La narrativa de Days Gone te agarra despacio, te va llevando de la mano en cada decisión que toma Deacon, sin que te des cuenta de que ya estás atrapado en su mundo.
Cuando me sumergí por segunda vez en la historia de Days Gone, no pude evitar sentir una conexión profunda con el dolor de Deacon. En ese momento, no era solo el juego lo que me tenía atrapado, sino la idea de perder algo tan valioso que me hiciera cuestionar cada paso. Recuerdo una noche, mientras avanzaba por la misión en la que Deacon busca, una vez más, pistas de su esposa, pensé en todas las veces que yo también había tenido que seguir adelante a pesar de la incertidumbre. Esa sensación de caminar por la vida cargando un peso, de seguir sin tener claro qué te motiva a dar un paso más. Y sí, lo sé, tal vez no me enfrentaba a hordas de freakers (aunque algunos días parecían similares a esos días de caos), pero esa carga emocional que se transmite a través de Deacon me recordó lo humano de este juego. No importa cuán roto te sientas, el avance sigue siendo una opción.
Las interacciones con los personajes secundarios, como Boozer, el hermano del alma, tienen una carga emocional que te envuelve de una manera inesperada. Los momentos de lealtad, esos silencios en los que Deacon se mira a sí mismo, las conversaciones con los demás sobrevivientes, todo tiene una naturalidad cruda que te hace sentir el peso de cada acción y cada palabra. No hay personajes perfectos ni diálogos recargados de filosofía barata. Todo tiene una atmósfera real, como si estuvieras presenciando una conversación en una cabaña en medio del apocalipsis, con la puerta a medio cerrar por miedo a que algo salga a buscarte.
Sí, el juego tiene sus clichés. El típico héroe que busca la venganza, el amigo leal que también arrastra su propio dolor… pero Days Gone no se conforma con eso. Lo que le da la fuerza es la autenticidad con la que Deacon lidia con su sufrimiento. Porque aquí no hay lugar para héroes perfectos que lo tengan todo resuelto. Deacon es humano: comete errores, tiene rabia, se arrepiente y, aún así, sigue adelante, porque no tiene otra opción. Y en un mundo como el que plantea Days Gone, eso lo convierte en un héroe mucho más cercano a los que luchan con la vida real, no con una fantasía.
La historia no va a revolucionar tu concepto de narrativa en videojuegos, pero lo que sí hace es abrazarte en tu propio dolor, en tu lucha por avanzar. Cuando el juego te entrega un pequeño destello de esperanza, ese momento se siente genuino porque ha sido ganado a pulso. Y eso, ese tipo de conexión emocional, no se encuentra todos los días en el mundo de los videojuegos.


Jugabilidad
Cuando hablo de la jugabilidad de Days Gone, hablo de algo más que un sistema de controles y mecánicas pulidas. Hablo de esa sensación de estar a punto de ser devorado por una horda de freakers, de acelerar por caminos polvorientos con tu moto, de sentir cómo te estremece el ruido de una rama quebrándose mientras avanzas en sigilo. Aquí no hay espacio para la calma, no puedes relajarte ni un segundo. Este no es el tipo de juego donde puedes sentarte, tomar un respiro y dejar que la acción fluya a su ritmo. No, hermano, Days Gone te agarra del cuello, te lanza a su mundo y te obliga a jugar bajo sus reglas, con el constante zumbido de las hordas de fondo, siempre sabiendo que un solo paso en falso puede ser tu final.
Lo que me atrapó de la jugabilidad fue la sensación de vulnerabilidad. Desde el momento en que arrancas la moto, sabes que no tienes más que lo que llevas encima: unas cuantas armas, algo de combustible y, si tienes suerte, un par de suministros. Todo lo demás se gana a pulso. La moto, que se convierte en una extensión de ti mismo, es crucial, pero también es frágil. A lo largo del juego, sientes la urgencia de mantenerla a punto, de asegurarte de que tienes suficiente gasolina y que no te quedes varado en medio de una horda. Esa moto, esa sensación de escape, se vuelve un personaje más del juego, y perderla o quedarte sin combustible te hace pensar que todo puede irse al diablo en un segundo.
La mecánica de combate es bastante flexible. Puedes ir a lo rudo, lanzarte a la batalla con una escopeta en mano y disparar como si no hubiera mañana, o puedes optar por el sigilo, algo que realmente me encantó. Caminar entre los árboles, usar el entorno a tu favor, ver a los freakers sin ser visto… hay algo casi mágico en esa sensación de control. Sin embargo, lo que realmente te mantiene alerta es el hecho de que en Days Gone no eres un superhéroe. De nada sirve tener un arsenal si te enfrentas a una horda que te rodea por todos lados. La presión es constante. Las balas son limitadas, las armas pueden romperse, y la supervivencia depende de saber cuándo luchar y cuándo huir. Esa sensación de ser un tipo normal en un mundo apocalíptico no tiene comparación. No eres un guerrero con poderes sobrenaturales. Eres un tipo con una moto y un par de cojones, enfrentándote a un mundo que quiere matarte.
Y luego están las hordas, que son lo que realmente define la jugabilidad. Hacer frente a una de ellas es una experiencia que te pone los pelos de punta. No es una pelea, es una masacre masiva. Mientras avanzaba en el juego, recuerdo que, en un par de ocasiones, me enfrenté a una horda sin tener ni idea de cómo salir vivo. Esos momentos de pura adrenalina, con la moto rugiendo bajo tus pies y el sonido ensordecedor de los freakers acercándose, son indescriptibles. La estrategia es lo que marca la diferencia. Tienes que usar el terreno, esconderte, crear distracciones, incluso atraerlos a un lugar donde puedas manejarlos. Las hordas no son solo enemigos, son una prueba de resistencia, y pasar una de ellas es una victoria que se siente genuina.
El sistema de progresión es otro de los puntos fuertes del juego. Cada victoria, cada misión completada, cada área liberada, se siente como un paso más hacia convertirte en una versión más poderosa de ti mismo. Desbloquear nuevas habilidades para Deacon y mejorar la moto se convierte en una obsesión, porque te das cuenta de que cada mejora tiene un impacto real en cómo te enfrentas al mundo. Esos momentos de mejorar el equipo, de mejorar la moto y de sentir que eres más capaz de enfrentarte a lo que el juego te lanza, son algunos de los más satisfactorios.
Recuerdo que una de mis mejores experiencias fue cuando, después de varias horas de estar atascado en un tramo difícil, logré encontrar el equilibrio perfecto entre combate y sigilo, y me enfrenté a una horda usando las trampas que había colocado previamente. Esa sensación de que todo se alineó: la táctica, la ejecución, el sudor y la tensión… fue una de esas victorias que no se olvidan.
Gráficos
Days Gone Remastered no solo mejora lo técnico: te grita al rostro que la belleza también puede existir en el caos. Es ese tipo de juego donde puedes estar huyendo por tu vida a toda velocidad, pero aun así detenerte un segundo —solo uno— a mirar cómo el atardecer tiñe de rojo las montañas mientras el humo de un campamento abandonado se eleva al fondo. Visualmente, el juego es brutal. No en el sentido de efectos pirotécnicos ni de luces deslumbrantes al estilo cyberpunk, sino en esa crudeza natural, en ese retrato salvaje del mundo post-apocalíptico. Es naturaleza contra humanidad, y en esta versión remasterizada, esa lucha se ve mejor que nunca.
El salto gráfico es real. Las texturas tienen más detalle, los rostros expresan más, y la iluminación dinámica hace que cada lugar tenga una personalidad propia. Los interiores se sienten húmedos, sucios, cargados de historia. Los exteriores son amplios, bellos, pero siempre con un dejo de amenaza. No es solo un mundo bonito, es un mundo que respira, que parece que te observa mientras pasas. La lluvia no solo moja: empapa. El viento levanta hojas, las ramas se mueven, y si vas en la moto a toda velocidad por un camino lleno de barro, puedes ver cómo se ensucia tu chaqueta o cómo salpica el lodo con cada curva cerrada. Detalles, hermano. De esos que hacen que te creas el apocalipsis.
Y aquí va algo que me pasó: hubo un momento, cerca de la noche, en el que estaba explorando una cabaña olvidada en el bosque. El cielo se empezaba a nublar y la niebla caía lentamente. Saqué la linterna, apunté hacia una ventana rota y vi, a lo lejos, la silueta de un freaker solitario caminando sin rumbo. No atacó. Solo estaba ahí, como un pedazo del paisaje. Y no sé por qué, pero esa escena me pegó. El ambiente era tan inmersivo, tan jodidamente bien construido, que por un instante me olvidé de que estaba jugando y pensé: “así debe sentirse de verdad estar solo en un mundo que ya no te pertenece”.
Las animaciones, por otro lado, se sienten más fluidas. Los movimientos de Deacon, especialmente cuando pelea cuerpo a cuerpo o se cubre, tienen un peso realista. No es solo “presiona botón y que pase algo”. Se nota el trabajo detrás de cada animación. Las expresiones faciales también mejoraron. Cuando Deacon sufre, lo ves. Cuando se enfurece, lo ves. Y cuando grita desesperado mientras escapa de una horda… lo sientes.
El diseño de las hordas también es destacable. No solo es impresionante ver a 300 freakers corriendo a la vez sin que el juego se desplome, es que cada uno se mueve con una lógica propia, parecen oleadas orgánicas que se adaptan a ti. A nivel técnico, eso es una locura, y verlo en acción con esta remasterización es una delicia visual. Y si hablamos del entorno, los campamentos, las estaciones de emboscada, las cuevas, los túneles… cada lugar tiene una atmósfera visual única que cuenta una historia sin necesidad de una sola línea de diálogo.
No es que Days Gone Remastered quiera deslumbrarte con gráficos por el simple hecho de presumir músculo técnico. Lo hace para meterte más en su mundo, para que cuando veas una señal en la carretera oxidada y cubierta de maleza pienses: “Esto alguna vez fue civilización”. Esa es la verdadera fuerza de su apartado visual: no te saca del juego para impresionarte, te hunde más en él.
Dificultad
Days Gone Remastered no te trata como a un héroe invencible. Aquí, si te confías, te vas directo al piso. La curva de dificultad está bien marcada: al inicio parece manejable, pero conforme avanzas, el juego te empieza a exigir que pienses, que planees, que no gastes balas a lo tonto.
Y sí, me acuerdo perfecto de una noche en la que pensé que podía con una horda. Tenía balas, cócteles molotov, trampas… todo el kit de guerrero. Pero bastó un mal paso, una torreta mal colocada y un grito que alertó a todos para que me borraran del mapa en segundos. No fue una muerte épica, fue humillante: corriendo como idiota entre árboles, sin moto, y con el corazón latiendo como si fuera real. Ahí aprendí que Days Gone no perdona. Si la cagas, pagas.
No es imposible, pero sí exige respeto. Aquí no sobrevives por reflejos, sino por cabeza fría y saber cuándo pelear… y cuándo correr como cobarde


Lo positivo
Lo mejor de Days Gone Remastered es que se siente más vivo, más pulido, y más justo con lo que este juego siempre quiso ser. Esta versión le hace justicia al título original, arreglando muchas de las asperezas que antes lo hacían tropezar. Ahora el rendimiento es sólido, las pantallas de carga son más rápidas, y la experiencia general es mucho más fluida. Y eso, créeme, se agradece. Porque cuando estás en medio del bosque, huyendo de una horda, lo último que quieres es que el juego te sabotee.
Pero lo más fuerte del juego sigue siendo su corazón: Deacon. No es el típico protagonista rudo sin emociones. Es un tipo roto, un hombre que no sabe si quiere sobrevivir o rendirse, y eso lo hace profundamente humano. Las escenas emocionales, los diálogos con Boozer, los silencios cargados de nostalgia… todo está mejor presentado, y te pega más fuerte.
Y bueno, hablemos de las hordas. Porque si en la versión original ya eran impactantes, aquí son una locura. Más estables, más dinámicas, y con una IA que realmente te hace sudar. Enfrentarte a una de ellas y salir vivo es un logro que se siente épico, de esos que te hacen poner pausa solo para respirar.
La moto sigue siendo el alma del juego. Pero ahora, con texturas mejoradas y animaciones más suaves, se disfruta aún más manejarla. Es tu compañera, tu refugio, tu única salida muchas veces. La sensación de recorrer kilómetros solo con el rugido del motor de fondo es casi poética.
También está la ambientación: los bosques, los campamentos, las zonas urbanas destruidas… cada lugar tiene un ambiente propio, una vibra que te cuenta una historia sin necesidad de palabras. Se nota el trabajo en cada rincón del mapa. Y cuando un juego se preocupa por esos detalles, se nota. Y se valora.
Lo negativo
Aunque esta versión remasterizada pule mucho, Days Gone sigue arrastrando algunos vicios del original. El primero —y el que más duele— es que el ritmo a veces se siente torpe. Hay misiones que parecen estar puestas solo para alargar la historia. Esas tareas tipo “ve aquí, regresa allá, ahora escucha esta charla que pudo haber sido un mensaje de voz” cortan el flow y te hacen sentir que el juego no siempre confía en su propia narrativa.
Y aunque los personajes están bien escritos, hay momentos donde el diálogo se vuelve repetitivo o exageradamente dramático. Deacon, por ejemplo, puede pasar de la reflexión profunda al grito furioso en menos de un segundo… y a veces parece que está discutiendo con nadie en medio del bosque. Entiendo que esté dañado emocionalmente, pero bro, bájale dos rayitas.
Otro punto flaco: la inteligencia artificial. Los freakers son impresionantes en grupo, pero los humanos a veces parecen estar en otro mundo. Hay enemigos que se te quedan viendo mientras matas a su compa a tres metros. Eso rompe un poco la tensión. Y si bien mejoró en esta versión, no es perfecto.
También hay bugs menores, texturas que cargan tarde, animaciones raras si te mueves muy rápido por el mapa… nada que arruine la experiencia, pero sí lo suficiente como para sacarte un “¿neta?” en pleno apocalipsis.
Y por último, aunque el mapa es amplio y visualmente hermoso, a veces se siente vacío. Hay zonas donde caminas, y caminas… y lo único que te encuentras es una piedra bonita y dos freakers deprimidos. Falta algo de vida intermedia entre misión y misión.
Conclusión
Days Gone Remastered no viene a reinventar la rueda, pero sí a decir: “Ey, yo valía la pena desde el principio, solo necesitaba que me escucharan”. Esta versión es como reencontrarte con un viejo amigo al que juzgaron mal en el pasado, y ahora te das cuenta de que siempre tuvo algo especial. El juego mejora donde tenía que mejorar, respeta lo que funcionaba, y pule lo suficiente para que la experiencia se sienta completa, redonda, digna de ser revivida… o jugada por primera vez si te lo saltaste.
Es un título con alma, con heridas, con personalidad. No busca complacerte cada cinco minutos; al contrario, te reta, te frustra y luego te recompensa con momentos que se quedan contigo. ¿Es perfecto? No. Pero como todo sobreviviente en un mundo roto, lo que tiene, lo defiende con garra.
Si te gustan los mundos abiertos con narrativa fuerte, hordas que te hacen sudar, y un protagonista que no es héroe ni villano, sino simplemente humano, entonces Days Gone Remastered es un viaje que vale cada kilómetro en esa bendita moto.
Y si ya lo jugaste en su momento… dale una vuelta más. Porque ahora, con este lavado de cara, te aseguro que vas a notar cosas que antes no viste. Y si es tu primera vez, pues bienvenido: este mundo es cruel, pero tiene belleza. Y Deacon St. John está listo para recordártelo.

RANK 4/5
Porque al final, Deacon St. John no es un héroe perfecto. Es un hombre roto, testarudo, leal hasta que le sangren las manos.
Dios Gokú