Cine Reviews | Pecadores

15 de abril, 2025
Pecadores no es una película para ver a la ligera. Es de esas que se sienten más que se entienden. De esas que, cuando terminan, no quieres hablar… solo quedarte en silencio, con la mirada perdida, procesando todo lo que acabas de ver. Porque no estamos hablando solo de una historia de vampiros, no. Aquí hay algo mucho más profundo, más humano. Es una historia sobre el peso de lo que fuimos, lo que callamos y lo que nunca supimos cómo soltar.
Antes de comenzar quiero agradecer a Warner Pictures México por invitar a la redacción de Frames a ver esta película.
Michael B. Jordan interpreta a Smoke y a Stack, dos hermanos gemelos que regresan a su tierra en plena década de los 30, en un Mississippi denso, caluroso, lleno de polvo, sudor y pecado. El sur de Estados Unidos se siente casi como un personaje más: un testigo viejo, cansado, que ha visto demasiadas cosas horribles como para seguir sorprendéndose. Y ese es el escenario donde los pecados regresan a cobrar factura, literalmente. Porque sí, hay vampiros. Pero no los clásicos de colmillo fácil y mirada sexy. No. Aquí son sombras con hambre. No de sangre solamente, sino de todo lo que nos duele.
Y el blues… no, espérate. El blues no es música de fondo. Es el alma de esta historia. Es el eco de los errores, el sonido del arrepentimiento, el lamento de los que no encontraron redención. Cada escena está envuelta por una atmósfera que te abraza con tristeza. Hay guitarras que lloran más fuerte que los personajes. Canciones que suenan mientras el mundo se desmorona sin hacer mucho ruido, como si el dolor fuera algo normal. Como si el sufrimiento ya fuera parte del paisaje.
Y en medio de todo eso, Jordan se luce. Se desdobla. Es impresionante cómo logra que ambos hermanos se sientan tan distintos, aunque compartan el mismo rostro. Smoke es un hombre que carga el mundo en los hombros, que camina como si supiera que no tiene derecho a la paz. Stack, por otro lado, es más impulsivo, más rabioso, como si creyera que puede pelearle a la oscuridad a puro grito. Ambos están rotos, pero de maneras diferentes. Y esa diferencia es lo que los hace tan reales.
A mí lo que me pegó fuerte fue eso: el enfoque en la culpa. En cómo cargamos cosas del pasado que creemos haber superado, pero siguen ahí, escondidas. Y cuando regresas a donde todo empezó, te das cuenta de que nunca se fueron. Nomás estaban esperando. Y es ahí donde la historia se vuelve poderosa. Porque los vampiros son solo una excusa para hablar de heridas, de silencios, de esas decisiones que nos marcaron y que a veces ni nosotros mismos entendemos.
Hay escenas que te estrujan el alma. No porque sean trágicas en el sentido tradicional, sino porque te hacen recordar cosas tuyas. Hay un momento en particular donde uno de los hermanos se queda viendo una casa vieja, y no dice nada. Pero su mirada lo dice todo. Y no sé tú, pero yo sentí ese peso. Sentí que también he tenido momentos así. De pararme frente a lo que fui, frente a lo que dejé atrás, y quedarme sin palabras.
Pecadores no es para todos. Y eso está bien. Porque hay películas que no buscan agradarte, buscan hablarte. Esta es una de esas. Es cruda, lenta cuando tiene que serlo, violenta cuando duele más. Y sí, hay acción, hay tensión, hay momentos que te mantienen con el corazón en la garganta… pero lo más fuerte no es lo que pasa afuera, es lo que pasa dentro de los personajes.
Y eso, para mí, es donde la película se gana el respeto. Porque no se esconde detrás de efectos o sustos baratos. Te mira directo a los ojos y te dice: “Todos tenemos monstruos. ¿Estás listo para enfrentarlos?”
La neta, salí del cine con una sensación que pocas pelis me dejan. Como si me hubiera asomado a algo muy personal, muy íntimo. Y sí, con ese maldito blues retumbando en la cabeza, recordándome que la vida, aunque duela, sigue. Que uno puede estar roto y seguir adelante. Que, a veces, el simple hecho de resistir ya es una forma de redención.
Pecadores no es perfecta, pero tiene alma. Y eso, en estos tiempos donde todo es ruido y velocidad, se agradece. Aquí no hay prisa. Hay verdad, oscuridad, incluso esperanza, que te dice: «No estás solo en esto.»
Vívela en cinépolis
Dios Gokú